A todos nos suena la cita más conocida de John Lennon: «La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes».
Nuestra mente es una experta solucionadora de problemas, cientos de miles de años de evolución se han encargado de que así sea. Y el mecanismo básico para solucionar problemas es buscar el modo de hacerlos desaparecer: un fuego, una obstáculo en el camino, una piedra en el zapato…
En un momento dado y visto que el método era tan efectivo, empezamos a utilizar el mismo procedimiento con los problemas internos. Si por ejemplo me siento triste y eso me duele, busco quitarme este sentimiento. O si pienso que «nada merece la pena» o que «no estoy a la altura» y me duele, busco quitarme ese pensamiento. Parece lógico. El problema es que habitualmente no funciona, como seguramente ya habrás podido comprobar, y mucho menos a largo plazo.
Uno de los indeseables efectos secundarios es que, por desgracia, no tenemos un botón que nos permita suprimir una experiencia interna concreta. Tenemos un botón «general» y si bajamos el volumen para dejar de percibir lo que no nos gusta, estaremos bajando el volumen para percibir todos los colores de la vida y esta empieza a apagarse, a perder luminosidad, a volverse plana. Creo que todos podemos reconocer esa sensación porque a veces puede ser muy útil pulsar ese botón. El problema es cuando se queda encasquillado.
En nuestro método de deshacernos del dolor nos equivocamos en dos cosas. Una en el método de solución y otra en el propio concepto. Por algún motivo hemos llegado a creer que el dolor es un estado anormal y que el estado normal de cosas, el de salud, es uno en el que nos hallamos libres de él. También entendemos que lo primero es un obstáculo para vivir, es decir, que «esto que siento», «esto que creo», «esto que me duele» son cosas objetivas que me dejan impotente para actuar y hacer lo que quiera con mi vida. Es ahí cuando el dolor se convierte en sufrimiento, que es una vivencia mucho más dura y parece cronificarse si no ponemos solución y rompemos el círculo vicioso.
Y así ponemos nuestra vida en stand-by, esperando alcanzar ese estado ideal de cosas para, después, poder «por fin» vivir la vida.
Pues bien, la buena noticia es que no tienes por qué esperar. Puedes empezar a vivir ya. Ahora mismo.
Creéme, no es de sabios decir: «viviré».
Mañana ya es demasiado tarde, ¡vive ya!
Marco Aurelio